Hace una semana escuchaba a un
primo contarme lo traumatizante que era vivir en casa de sus papás; me explicó
con detalles los dramas que su mamá hacía y las actitudes que su papá tomaba...
Pude entenderlo a la perfección; poco a poco iban surgiendo en mi los recuerdos
de la infancia que sabía estaban ahí pero por alguna razón (que no entiendo
pero la agradezco) habían sido ocultados.
Primero recordé a mi mamá aventando
trastes, a mi papá forcejeando con ella, yo marcándole a la policía... y así
uno tras otro; mi mamá quebrando un vidrio de la ventana que yo tuve que
reparar juntando dinero por casi un mes, la vez que mi mamá no fue al primer
festival del día de la madre porque había tomado la camioneta de mi papá y como
no sabía conducir se hundió en un pequeño canal, o el día en que escuché a mi
papá pegarle a mi mamá, o aun peor el día que miré cómo le daba un puñetazo en
la cara...
... de repente me sentí como esa
niñita de 3 años que se sentaba frente al televisor pidiéndole a Dios que el
volumen de la pantalla fuera más alto que los gritos de la habitación contigua.
¡Ah, pero como nos gusta
revolcarnos en el pasado una y otra vez!
Decimos que lamentarnos en nuestras
tristezas no es provechoso pero tampoco lo es regodearnos de nuestras victorias;
y es que ver hacia atrás desvía nuestros pasos en el presente, llevándonos a un
futuro que definitivamente no es el mejor.
Por alguna razón estoy aquí, con
padres separados, soltera, con casa propia, con carrera... y hace tan sólo unos
días era una hija que anhelaba tener a su familia unida “como cuando era niña”.
¡Ahora veo del infierno de donde me sacó
Dios!
No añoraré más los “buenos” tiempos
pasados porque definitivamente no alcanzo a vislumbrar todo el panorama, quizás
se me ha concedido el don de la “amnesia selectiva” para recordar sólo aquellos
felices momentos. Se me ha regalado el PRESENTE y es aquí en dónde yo le doy
dirección a mi FUTURO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario